En los primeros tiempos de la Iglesia, los sacramentos se celebraban utilizando elementos cotidianos. Pero con el desarrollo de ritos más complejos, muchos de estos objetos van adquiriendo lentamente un valor simbólico mayor.
Por el hecho de estar en contacto directo con el cuerpo y la sangre de Cristo, para la confección de cálices, copones y patenas comienza a preferirse el empleo de metales preciosos. La decoración de los mismos se torna más rica y variada, transformándose en verdaderas obras de arte.
La relación de cada época con lo divino y la forma de manifestar esa devoción, no pueden juzgarse fuera del contexto histórico. Hoy la Iglesia opta por una “noble simplicidad” como establecen las Instrucciones Generales del Misal Romano. Sin embargo, no podemos dejar de reconocer , valorar y admirar el trabajo de orfebres y artesanos de otros tiempos que pusieron su arte al servicio de la liturgia y crearon cada una de estas maravillosas piezas.